COMBIS x 3
Ayer, después de leer blogs y de ver que todos están posteando sobre el transporte que usan, con recomendaciones incluidas, se me ocurrió postear también algo parecido. No voy a decir qué transporte uso porque son tres o cuatro líneas que tienen la misma ruta y además no son ómnibuses [Dios me libre] sino coasters. Pero sí voy a contarles sobre estas tres situaciones ‘curiosas’, que me pasaron por usar nuestras queridas combis.
El Incendio
Esto me pasó con unos amigos. Éramos cuatro patas que acabábamos de ver una película en Plaza San Miguel. A la hora de irnos, el ‘más bravo’ de los cuatro dijo: ‘vámonos en combi’ y los otros dos asintieron, menos yo que quería taxi. Cuando pensaba que nos subiríamos a una coaster, los tres se subieron al vuelo a una combi enana [esas con la puerta corrediza] No sé por qué, pero desde un principio me dio mala espina subirme. Para empezar la combi estaba casi vacía, el cobrador y chofer tenían una pinta de cualquier cosa menos de cobrador y chofer y la combi estaba por demás destartalada. Nos sentamos al fondo ocupando todo ese asiento y yo al lado de la ventana. Bueno, ventana es un decir, en realidad era una bolsa plástica.
A medio camino, cuando estaba en mis propios pensamientos mirando por la ‘ventana’, la combi se malogró y en un lugar no muy seguro que digamos. Mientras el cobrador trataba de arreglarla haciendo malabares debajo de un asiento -con la combi ahora llena- yo seguía en mi mundo. En eso toda la gente empezó a gritar: ‘cuidado! la puerta!’ Pensé que eran choros que nos caían encima. Miré hacia delante y vi más humo que discoteca. Mi pata –‘el bravo’- que estaba a mi lado, se paró y casi se tira por mi ventana de plástico. La puerta se abrió y toda la gente salió corriendo por el amago de incendio que el idiota del cobrador había provocado. Menos mal la combi arrancó de nuevo y pudimos irnos [pss.. ya había pagado mi pasaje pe’ compare’]
La Zapatilla
Estudiaba en la UIGV y en mis primeros días recién me acostumbraba a ir hasta San Isidro zona que antes –aunque no lo crean- no conocía. Así fue que un día llegué a subirme a una coaster que no acostumbraba tomar. Como vi que pasaba cerca de mi casa decidí hacer la prueba y embarcarme. Además, punto a su favor era que estaba vacía al momento de subirme por lo que pude sentarme en uno de los asientos del fondo. Grande fue mi terror cuando la combi empezó a llenarse de una manera dantesca con gente incluso colgada del estribo. Haciéndome ánimos, me decía que al llegar cerca a mi casa la combi se vaciaría. Pero nada, la combi seguía igual de llena hasta cuadras antes de bajarme.
Previendo la situación me paré y con mi mochila a la espalda [aún no sabía el truco de ponértela adelante] emprendí mi feroz salida. Levantando pie, agarrando pasamano, pidiendo permiso, punteando gente, jalando mochila [no, no es un paso de baile] Cuando llegué a la puerta, mi pie derecho se había quedado retrasado entre las piernas de la gente y al jalarlo sentí clarito como mi zapatilla se deslizaba por el talón y luego la planta del pie. Lo peor era que el carro estaba frenando y llevándome hacia delante con lo que mi zapatilla se despedía cada vez más de mí. Con un último esfuerzo logré sujetarla con la punta de los dedos y salvarla milagrosamente, al tiempo que el carro se detenía completamente y yo bajaba convertido en un cuasi ceniciento.
La Casaca
Esta es reciente. El año pasado, estudiando ya en el Insti, estaba en la coaster que siempre tomo. Después de unos veinte minutos de viajar parado pude sentarme en un asiento del fondo que se desocupó y, para no perder la costumbre, a mi lado se encontraba una agraciada señorita escuchando música y sosteniendo un libro. Cabe señalar que era pleno invierno y yo andaba con mi casaca de vestir que es una de mis favoritas. En ese entonces acostumbraba poner mi pasaje en el bolsillo interior izquierdo de mi casaca para tenerlo a la mano a la hora de bajarme y no pelearme con los bolsillos de mis jeans. Cuando estaba a medio camino decidí revisar mi bolsillo para ver si tenía las monedas allí, así que abrí mi casaca y me puse a buscar.
Pero no encontraba las monedas. Revisé mis jeans por si acaso me había olvidado de pasarlas pero nada, solo el sencillo sobrante. Volví a mi casaca de nuevo y metí la mano hasta el fondo. Busca. Busca. Aguanta. Que durito está por aquí. Durito. Durito. Pero. Mira. Ahora está blandito. Blandito. Blandito. Porqué está ahora blandito? Giré la cabeza a la izquierda para enterarme el por qué y me topé con una cara de extrañeza total. Mierda. Le estaba agarrando una teta a la chica de al lado [y lo durito eran sus costillas] Lo primero que se me vino a la mente fue decir: ‘perdón’. Saqué la mano al instante, miré al frente y no dije ni hice nada más en todo el trayecto. Al bajar, me di cuenta que las monedas se habían pasado al interior de mi casaca por un agujero.
¿se dieron cuenta que todo esto me pasó por sentarme en el asiento del fondo?
moraleja: no te sientes en el asiento del fondo [a menos que no puedas evitarlo]