EL HABITANTE DE BARBADOS

Ayer al despertarme, después de un fin de semana de tirarme al abandono, me dirigí directamente al baño. Al mirarme en el espejo otro rostro me devolvió la mirada. Ese no era yo. Era otra persona que se parecía a mí. Alguien que se veía diferente que yo. Era el habitante de Barbados.
Esta es una queja contra la existencia de la máquina de afeitar. No es que me queje del todo de su existencia. Qué sería del mundo sin ella. Qué sería de los hombres sin ella. Imagínense todos aún usando navajas para afeitarse o dejándose la barba los que no tienen para comprarse una. La queja es por los efectos que produce en los rostros de los púberes/jóvenes/adultos varones.
Detesto afeitarme. O tratar de afeitarme. Me parece una pérdida de tiempo total. Cinco matutinos minutos –o quizás más- que bien podrían aprovecharse en la cama disfrutando del último ronque, tratando de engancharte con ese sueño que tuviste 10 minutos antes o deseando que sea tu día de la marmota y vuelva a ser domingo esperando escuchar a tu mama cantando el desayuno.
Y digo ‘tratar de afeitarme’ porque aún me afeito mariconamente las partes que supongo debo afeitar –del rostro, por supuesto. Tampoco me gusta afeitarme porque no sé cómo hacerlo. Por más comerciales de Gillette que vea aún no aprendo bien la técnica -si es que hay alguna. Consecuencia de ello es que siempre termine con el mentón y la parte superior del labio irritada.
No recuerdo cuándo, por primera vez, mi rostro sufrió la inclemencia de las hojas de una máquina de afeitar sobre él. Seguro habrá sido alguna mañana que payaseando haya cogido la Schick de mi papá y al tratar de ver su efecto sobre mi imberbe mentón me haya hecho un corte por moverla en forma horizontal. Desde allí, aunque no me guste hacerlo, se ha convertido en rutina matutina.

Imagínense cómo será cuando sea diariamente.
Hace unos días paseando por Wong, una regia anfitriona me regaló la popular máquina de afeitar de tres hojas para una afeitada más al ras y cero irritaciones. Después de probarla el domingo, tengo un aviso a la comunidad que hacer: Amigo blogger, señor, joven que me leen; señorita/esposa que le compra las máquinas al novio/esposo; por favor ¡¡NO COMPREN ESA VAINA!!
Afeitarse con esa cosa es una verdadera tortura china. ¡Por Dios! Sentía que me arrancaba uno por uno los tres pelos que tiene mi barba. De verdad fue una cosa terrible. Casi como arrancarse los pelos de la nariz ¿alguien sabe para qué sirve ese jebe naranja encima de las hojas? ¿eso se saca o se deja ahí? ¿hice mal en sacarlo? ¿por qué se mueve tanto? ¿dónde vienen las instrucciones?
Ya sé, muchos dirán que tenía que ablandar la barba, que tenía que ser con agua caliente, que tenía que ser con crema de afeitar, que para qué le sacaste la banda de goma, que eres una vergüenza para la comunidad masculina de Lima, etc. Pero nica voy a hacer todo un ritual para tener que afeitarme pues. No way. Tengo mejores cosas que hacer en las que perder el tiempo.
Pero tampoco creo que todos sufran el mismo problema. De repente hay algunos que son duchos en la materia y les encanta afeitarse y comprarse productos para antes, durante y después del afeitado; y son felices tomándose su tiempo haciéndolo, disfrutando de su viril momento máquina en mano y rostro enjabonado. Pero no pues. A mí no me gusta tener que afeitarme. Punto. Y no me digan gay por eso.